sábado, 15 de noviembre de 2008

UN INSTANTE

Cada noche paso por su habitación antes de que se duerma. Trato de calmar esas energías inacabables que sólo una niña de 4 años es capaz de contener con el relato de historias imposibles y luego de eso, nos despedimos. Es ahí cuando ella repite su ritual nocturno. Toma con sus manitos diminutas mi cara, me mira fijamente a los ojos y dice: buenas noches, te amo, mamá… Y al mismo tiempo que dice mamá, va cerrando lentamente sus párpados sin despegar sus pupilas de las mías. Ella dice que no puede dejar de hacer esto cada noche porque quiere que la última palabra que pronuncie antes de dormirse sea mamá y que la imagen con la que quiere que comience su sueño sea la mía. Entonces le dejo un par de angelitos, esos en los cuales ninguna de las dos creemos, para que velen su noche y me voy.Ya en mi cuarto, no puedo dejar de asombrarme y volver a conmoverme. Pensaba, entonces, cuánto de ingenuidad había allí. Esa clase de ingenuidad que comparten el asombro y la emoción, sentimientos profundamente infantiles que irrumpen irrespetuosamente cuando menos los aguardamos. Sentimientos que vivo aún a costa de pecar de ingenua, aún a costa de, por momentos, descreer de mi propia ingenuidad y sin embargo resultándome imposible no sentirme feliz ante ellos. No temo caer en lugares comunes porque adoro los lugares comunes en los cuales reside la esencia de lo que amamos. Si pudiéramos conservar la capacidad de conmovernos, sin duda alguna, la tenue posibilidad de ser felices la tendríamos mucho más cerca de lo que creemos.Aún no me rindo al sueño que me invade. No importa la hora, no importa el día, sólo importa este instante que es sólo mío y que nadie podrá quitármelo.